Si alguien tiene duda de que el mal existe agazapado en el interior del ser humano, le propongo una suscripción a Amnistía Internacional. Cuando le lleguen las denuncias desde todos los rincones del mundo y conozca de primera mano las torturas infringidas al ser humano en las cárceles clandestinas de cientos de países, recibirá tal shock emocional, que probablemente se dé de baja de la asociación porque no pueda resistir tanta daño moral esparcido por el mundo.
En los años ochenta eran las dictaduras sudamericanas las que nos ponían los pelos de punta. Hoy todavía colea Guantánamo para vergüenza de un país que se precia en defender los derechos humanos. Pero también están impunes los genocidios de la antigua Yugoslavia. La última guerra civil del siglo XX en esta Europa cuna de la civilización occidental.
Y descubrir como un culto psiquiatra elabora una limpieza étnica que nos recuerda a las purgas estalinistas o las masacres nazis, hace siempre reflexionar sobre el mal. Así en mayúsculas, el mal puede agazaparse dentro de cualquier individuo que acaricia con ternura a sus hijos y a su esposa, y a continuación pasa a humillar y torturar a otro ser humano sin ninguna compasión y con saña patológica.
Estos días atrás se ha detenido a Radovan Karadzic, oculto desde que finalizase el conflicto de la antigua Yugoslavia, e ideólogo de la masacre de Serbenica. Se pone de manifiesto que un asesino puede ser educado, cortés, carismático y vivir con otra personalidad con pleno reconocimiento de la sociedad. Radovan Karadzic tiene algo de patológico, no intentó pasar desapercibido sino hacer de su nueva identidad una carrera hacia el éxito. Nada más absurdo para quien estaba en búsqueda y captura por el Tribunal Internacional de la Haya por delitos de genocidio.
Su personaje oculto bajo el nombre de Dragan Dabic, era simpático, cortés e identificado con el apelativo de Papa Noel por los inocentes ojos de los niños, que le veían sonreír detrás de una poblada barba. Pero lo cierto es que al igual que los genocidas nazis que escaparon de la justicia y rehicieron su vida escondidos en cualquier país de América Latina, Radovan Karadzic se ocultó para ejercer su profesión con una sangre fría propia de una leyenda urbana, como vamos conociendo ahora en todos los medios de comunicación.
Este individuo oculta el mal en su interior. Y nos hace estremecer a cualquiera temblando ante la posibilidad de caer en esa locura en que la que otros muchos han bebido a lo largo de la dilatada historia de la humanidad. Asombra que seamos capaces de la ternura y el sadismo a partes iguales. Me gustaría que algún especialista explicase como se puede llegar a esos extremos de refinada perversión. Y aquí no caben disculpas respecto a si son o no creyentes. Porque ya sabemos para vergüenza nuestra que los torturadores también creen en Dios.
El error de Radovan ha sido el de todos los criminales patológicos, volver al escenario del crimen. Porque nadie hubiera podido sospechar de él en cualquier remoto país. Pero este psiquiatra vivía en un barrio del nuevo Belgrado y realizaba conferencias públicas sobre las técnicas milagrosas que prometían solución a cualquier problema psíquico o médico.
Quienes haya recibido sus famosos collares para anular la energía negativa, harían bien en arrojarlos al cubo de la basura. Quien se los vendió es un hombre cuya energía negativa sometió al ultraje y abuso al pueblo bosnio. La historia reciente de esta barbarie que trascurrió frente a los ojos de occidente durante el conflicto de la antigua Yugoslavia, es el último episodio de guerra incivil en tierras de Europa. Y estaría bien que reflexionásemos sobre ello porque demuestra que la historia vuelve a repetirse en diferentes tiempos y lugares.
Después vendría bien recordar a todos los héroes anónimos que supieron estar por encima de las circunstancias a favor del ser humano. Sobre todo para volver a tener esperanza de que es posible convivir con diferentes étnias y religiones.
En los años ochenta eran las dictaduras sudamericanas las que nos ponían los pelos de punta. Hoy todavía colea Guantánamo para vergüenza de un país que se precia en defender los derechos humanos. Pero también están impunes los genocidios de la antigua Yugoslavia. La última guerra civil del siglo XX en esta Europa cuna de la civilización occidental.
Y descubrir como un culto psiquiatra elabora una limpieza étnica que nos recuerda a las purgas estalinistas o las masacres nazis, hace siempre reflexionar sobre el mal. Así en mayúsculas, el mal puede agazaparse dentro de cualquier individuo que acaricia con ternura a sus hijos y a su esposa, y a continuación pasa a humillar y torturar a otro ser humano sin ninguna compasión y con saña patológica.
Estos días atrás se ha detenido a Radovan Karadzic, oculto desde que finalizase el conflicto de la antigua Yugoslavia, e ideólogo de la masacre de Serbenica. Se pone de manifiesto que un asesino puede ser educado, cortés, carismático y vivir con otra personalidad con pleno reconocimiento de la sociedad. Radovan Karadzic tiene algo de patológico, no intentó pasar desapercibido sino hacer de su nueva identidad una carrera hacia el éxito. Nada más absurdo para quien estaba en búsqueda y captura por el Tribunal Internacional de la Haya por delitos de genocidio.
Su personaje oculto bajo el nombre de Dragan Dabic, era simpático, cortés e identificado con el apelativo de Papa Noel por los inocentes ojos de los niños, que le veían sonreír detrás de una poblada barba. Pero lo cierto es que al igual que los genocidas nazis que escaparon de la justicia y rehicieron su vida escondidos en cualquier país de América Latina, Radovan Karadzic se ocultó para ejercer su profesión con una sangre fría propia de una leyenda urbana, como vamos conociendo ahora en todos los medios de comunicación.
Este individuo oculta el mal en su interior. Y nos hace estremecer a cualquiera temblando ante la posibilidad de caer en esa locura en que la que otros muchos han bebido a lo largo de la dilatada historia de la humanidad. Asombra que seamos capaces de la ternura y el sadismo a partes iguales. Me gustaría que algún especialista explicase como se puede llegar a esos extremos de refinada perversión. Y aquí no caben disculpas respecto a si son o no creyentes. Porque ya sabemos para vergüenza nuestra que los torturadores también creen en Dios.
El error de Radovan ha sido el de todos los criminales patológicos, volver al escenario del crimen. Porque nadie hubiera podido sospechar de él en cualquier remoto país. Pero este psiquiatra vivía en un barrio del nuevo Belgrado y realizaba conferencias públicas sobre las técnicas milagrosas que prometían solución a cualquier problema psíquico o médico.
Quienes haya recibido sus famosos collares para anular la energía negativa, harían bien en arrojarlos al cubo de la basura. Quien se los vendió es un hombre cuya energía negativa sometió al ultraje y abuso al pueblo bosnio. La historia reciente de esta barbarie que trascurrió frente a los ojos de occidente durante el conflicto de la antigua Yugoslavia, es el último episodio de guerra incivil en tierras de Europa. Y estaría bien que reflexionásemos sobre ello porque demuestra que la historia vuelve a repetirse en diferentes tiempos y lugares.
Después vendría bien recordar a todos los héroes anónimos que supieron estar por encima de las circunstancias a favor del ser humano. Sobre todo para volver a tener esperanza de que es posible convivir con diferentes étnias y religiones.