viernes, 12 de septiembre de 2008

Revisionismo histórico: "Los girasoles ciegos"



El cine español nos vuelve a meter en el túnel del tiempo para revivir los años inmediatamente posteriores al conflicto civil del treinta y seis en España. Es curioso que el revisionismo histórico siempre se realice sobre la misma esquina ideológica. La sufrida población de izquierdas, machacada por los nacionales. Tengo que reconocer que el guión, la interpretación y la factura de la película son excelentes. Puede concursar con dignidad en cualquier certamen internacional. El libro homónimo de Alberto Méndez ha servido para montar un buen guión llevado de la mano magistral de Rafael Azcona. La dirección de José Luis Cuerda, con una excelente fotografía y música, contribuyen a la excelente factura del flim.

La película muestra la cara de la derrota y la cara de la victoria, pero de modo muy parcial. Todas las guerras son tristes y la nuestra entre hermanos regó los campos de España con sangre inocente de un lado y otro. Esa es la gran película que todavía no se ha hecho. La que muestre la barbarie en ambos lados y no nos deje con una interpretación sesgada de la realidad. Eso no lo consigue esta película, como ninguna otra de las que se han emitido hasta ahora.

Los girasoles ciegos, sirven para presentarnos a un seminarista repelente, que proyecta una imagen negativa hacia toda la institución eclesial y además, apunta hacia el nacionalcatolicismo con una saña verdaderamente canalla. Un ser abyecto que abandonó el seminario para ganar la guerra pistola en mano. Que confiesa haber matado y fusilado a muchos hombres; que no sabe rehacer su vida y que ni tan siquiera está seguro de su vocación. El morbo, como no podía ser de otro modo, viene aparejado por su voto de castidad que azuza su lujuria obsesiva hacia el personaje interpretado por Maribel Verdú.

Me entristece que se esté dando una imagen desfasada de la realidad. La historia de la película no es un relato biográfico y sin embargo, la gente sale completamente convencida de que la vida con Franco era así, con esa mezcolanza de sadismo y patriotismo fanático. No es por tanto una película para la reconciliación, sino para dejar un homenaje a los perdedores, como viene siendo habitual durante estos treinta años de democracia.

La trasgresión que le falta al cine y a la novela española es la de meterse en la piel del otro lado. La de los miles de religiosos y religiosas, sacerdotes y creyentes, que fueron ajusticiados exclusivamente por su fe. Junto a otros muchos inocentes que estaban en el lado equivocado de la contienda. Esos meses de julio y agosto del treinta y seis, están escritos con sangre de civiles cuyo único delito fue pensar y sentir de modo diferente a quienes les gobernaban en ese momento. A ellos les sacaron de su casa, no pudieron defenderse y merecen ser honrados por todos nosotros.

Creo que el verdadero revisionismo histórico está en considerar víctimas inocentes a unos y a otros. Pero si ello no fuera posible, al menos que alguien se atreva a adaptar “Muerte a los curas” de Martín Vigil; “Los cipreses creen en Dios” de José María Gironella. Y muchas otras obras que forman parte del patrimonio literario de todos los españoles. Pero nos presentan la otra cara de la moneda, la que ahora se oculta por extraños sentimientos de culpa, de vergüenza o de miedo al pensamiento dominante.

No estaría de más que junto a las series españolas que están revisando el pasado, volvieran a salir películas que educaron a unas cuantas generaciones y que hoy se considerarán insólitas, aunque forman parte de nuestra historia. Una visión sesgada lleva hacia el fanatismo y hoy más que nunca es necesario recordar que la Ley de amnistía de 1.977 liberó de la cárcel a todos los presos políticos.

Es hora por tanto de vivir la democracia y olvidar el pasado. Si acaso queremos rescatarlo no seamos mezquinos viendo exclusivamente una sola esquina. Hace falta reconciliación y grandeza de miras para pasar página y no azuzarnos los viejos fantasmas.

Revisionismo histórico: "Los girasoles ciegos"



El cine español nos vuelve a meter en el túnel del tiempo para revivir los años inmediatamente posteriores al conflicto civil del treinta y seis en España. Es curioso que el revisionismo histórico siempre se realice sobre la misma esquina ideológica. La sufrida población de izquierdas, machacada por los nacionales. Tengo que reconocer que el guión, la interpretación y la factura de la película son excelentes. Puede concursar con dignidad en cualquier certamen internacional. El libro homónimo de Alberto Méndez ha servido para montar un buen guión llevado de la mano magistral de Rafael Azcona. La dirección de José Luis Cuerda, con una excelente fotografía y música, contribuyen a la excelente factura del flim.

La película muestra la cara de la derrota y la cara de la victoria, pero de modo muy parcial. Todas las guerras son tristes y la nuestra entre hermanos regó los campos de España con sangre inocente de un lado y otro. Esa es la gran película que todavía no se ha hecho. La que muestre la barbarie en ambos lados y no nos deje con una interpretación sesgada de la realidad. Eso no lo consigue esta película, como ninguna otra de las que se han emitido hasta ahora.

Los girasoles ciegos, sirven para presentarnos a un seminarista repelente, que proyecta una imagen negativa hacia toda la institución eclesial y además, apunta hacia el nacionalcatolicismo con una saña verdaderamente canalla. Un ser abyecto que abandonó el seminario para ganar la guerra pistola en mano. Que confiesa haber matado y fusilado a muchos hombres; que no sabe rehacer su vida y que ni tan siquiera está seguro de su vocación. El morbo, como no podía ser de otro modo, viene aparejado por su voto de castidad que azuza su lujuria obsesiva hacia el personaje interpretado por Maribel Verdú.

Me entristece que se esté dando una imagen desfasada de la realidad. La historia de la película no es un relato biográfico y sin embargo, la gente sale completamente convencida de que la vida con Franco era así, con esa mezcolanza de sadismo y patriotismo fanático. No es por tanto una película para la reconciliación, sino para dejar un homenaje a los perdedores, como viene siendo habitual durante estos treinta años de democracia.

La trasgresión que le falta al cine y a la novela española es la de meterse en la piel del otro lado. La de los miles de religiosos y religiosas, sacerdotes y creyentes, que fueron ajusticiados exclusivamente por su fe. Junto a otros muchos inocentes que estaban en el lado equivocado de la contienda. Esos meses de julio y agosto del treinta y seis, están escritos con sangre de civiles cuyo único delito fue pensar y sentir de modo diferente a quienes les gobernaban en ese momento. A ellos les sacaron de su casa, no pudieron defenderse y merecen ser honrados por todos nosotros.

Creo que el verdadero revisionismo histórico está en considerar víctimas inocentes a unos y a otros. Pero si ello no fuera posible, al menos que alguien se atreva a adaptar “Muerte a los curas” de Martín Vigil; “Los cipreses creen en Dios” de José María Gironella. Y muchas otras obras que forman parte del patrimonio literario de todos los españoles. Pero nos presentan la otra cara de la moneda, la que ahora se oculta por extraños sentimientos de culpa, de vergüenza o de miedo al pensamiento dominante.

No estaría de más que junto a las series españolas que están revisando el pasado, volvieran a salir películas que educaron a unas cuantas generaciones y que hoy se considerarán insólitas, aunque forman parte de nuestra historia. Una visión sesgada lleva hacia el fanatismo y hoy más que nunca es necesario recordar que la Ley de amnistía de 1.977 liberó de la cárcel a todos los presos políticos.

Es hora por tanto de vivir la democracia y olvidar el pasado. Si acaso queremos rescatarlo no seamos mezquinos viendo exclusivamente una sola esquina. Hace falta reconciliación y grandeza de miras para pasar página y no azuzarnos los viejos fantasmas.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Honremos su memoria y que descansen en paz

Estaba decidida a pasar página una vez más, pero ¡qué narices! otros vienen abriendo fosas buscando a sus muertos y ahora se les añade al grupo, Baltasar Garzón, el Juez estrella de la Audiencia. Está empeñado en contabilizar desaparecidos, enterrados, ajusticiados. Aquello de “liberta, libertad, sin ira libertad”, ya no cuenta. Volvemos a levantar los fantasmas del pasado. ¡Pobres muertos, les buscan una tumba en lugar sagrado!. Un nombre en una lápida y a no les extrañe que inscriban caído por Negrín y la Pasionaria.

Ya sé que les parecerá de mal gusto pero puestos a reivindicar memoria histórica tendremos que inventar epitafios para los huesos de estos venerables antepasados que vuelven a revivir, gracias a las asociaciones de víctimas. Se ha levantado la guadaña para purificar a los rojos asesinos y convertirles en hermanos de la internacional, bondadosos anarquistas, y pacíficos republicanos. Y dale con sacar el pedigrí de demócrata, parece que eso da un plus de autenticidad que adolece en aquellos otros quienes de victoriosos pasaron a denominarse sublevados.

Cuántas mentiras nos contaron, gimen ahora los tataranietos de los ilustres “represaliados”. Todos ellos seguidores de la serie “Amar en tiempos de guerra”. El lavado histórico comenzó en la Transición y no han parado desde entonces. Estoy segura que ha Franco le han puesto el Tridente y alguno le añade el rabo del mismo Satanás. ¡Cuánto dolor acumulado!.

Las guerras son una desgracia, si encima suceden entre hermanos de sangre ya para que vamos a contar. Los pueblos civilizados han conocido contiendas fratricidas, la revolución francesa, la rusa, la guerra civil americana, Garibaldi en Italia, las guerras de independencia de los países hispanos y las del Continente africano. Todos deben tener su memoria histórica. Pero podemos acercar las fechas a otras contiendas entre hermanos, la antigua Yugoslavia nos dejó el mismo saldo de asesinatos y matanzas que en otros lugares y en otros tiempos históricos. Y eso que ya teníamos Internet para colgar vídeos reales, de matanzas reales, en tiempo real.

Está bien eso de dignificar la memoria de los muertos. Siempre que no caigamos en falacias absurdas. No es lo mismo ser juzgado por delitos de sangre que ser ajusticiado por tus ideas políticas. Pero bueno, historiadores como Ian Gibson, buscando conocer el paradero de García Lorca, nos proporcionan el número de ejecutados en las tapias del cementerio de Granada, durante los meses de julio y agosto del 36. Ahí perdí mi inocencia histórica, porque aquellos infelices que cayeron en bando nacional los primeros meses del alzamiento, no habían cogido un fusil, no fueron combatientes, fueron civiles indefensos que morían por pensar diferente, o por inquinas personales de mala gente dispuesta a aprovechar el caos de una guerra.

Quiero decir que toda la Memoria Histórica que viene haciéndose desde entonces merece el respeto de todos nosotros. Pero que no nos cuelen sapos y culebras. Y que vayan dejando de levantar monumentos fúnebres a unos y quitar lápidas de otros. Porque tan inocentes fueron unos como los otros. De manera que las víctimas de miles de Iglesias cuyos nombres figuran inscritos por Dios y por España, tendrían que quedar junto a los que cayeron por España y sus creencias. Así, a la par, unos junto a otros, muertos de ambos bandos, civiles igualmente que cayeron de manera injusta y vil.

Así descansan en el Valle de los Caídos combatientes de ambos bandos. Pues de igual modo honremos a los muertos civiles de ambos bandos y cerremos de una vez por todas la herida que aún sigue sangrando. Se admiten sugerencias para que todas las víctimas puedan descansar en paz. Y los vivos honremos su memoria con independencia de la zona donde les pilló la muerte.

Honremos su memoria y que descansen en paz

Estaba decidida a pasar página una vez más, pero ¡qué narices! otros vienen abriendo fosas buscando a sus muertos y ahora se les añade al grupo, Baltasar Garzón, el Juez estrella de la Audiencia. Está empeñado en contabilizar desaparecidos, enterrados, ajusticiados. Aquello de “liberta, libertad, sin ira libertad”, ya no cuenta. Volvemos a levantar los fantasmas del pasado. ¡Pobres muertos, les buscan una tumba en lugar sagrado!. Un nombre en una lápida y a no les extrañe que inscriban caído por Negrín y la Pasionaria.

Ya sé que les parecerá de mal gusto pero puestos a reivindicar memoria histórica tendremos que inventar epitafios para los huesos de estos venerables antepasados que vuelven a revivir, gracias a las asociaciones de víctimas. Se ha levantado la guadaña para purificar a los rojos asesinos y convertirles en hermanos de la internacional, bondadosos anarquistas, y pacíficos republicanos. Y dale con sacar el pedigrí de demócrata, parece que eso da un plus de autenticidad que adolece en aquellos otros quienes de victoriosos pasaron a denominarse sublevados.

Cuántas mentiras nos contaron, gimen ahora los tataranietos de los ilustres “represaliados”. Todos ellos seguidores de la serie “Amar en tiempos de guerra”. El lavado histórico comenzó en la Transición y no han parado desde entonces. Estoy segura que ha Franco le han puesto el Tridente y alguno le añade el rabo del mismo Satanás. ¡Cuánto dolor acumulado!.

Las guerras son una desgracia, si encima suceden entre hermanos de sangre ya para que vamos a contar. Los pueblos civilizados han conocido contiendas fratricidas, la revolución francesa, la rusa, la guerra civil americana, Garibaldi en Italia, las guerras de independencia de los países hispanos y las del Continente africano. Todos deben tener su memoria histórica. Pero podemos acercar las fechas a otras contiendas entre hermanos, la antigua Yugoslavia nos dejó el mismo saldo de asesinatos y matanzas que en otros lugares y en otros tiempos históricos. Y eso que ya teníamos Internet para colgar vídeos reales, de matanzas reales, en tiempo real.

Está bien eso de dignificar la memoria de los muertos. Siempre que no caigamos en falacias absurdas. No es lo mismo ser juzgado por delitos de sangre que ser ajusticiado por tus ideas políticas. Pero bueno, historiadores como Ian Gibson, buscando conocer el paradero de García Lorca, nos proporcionan el número de ejecutados en las tapias del cementerio de Granada, durante los meses de julio y agosto del 36. Ahí perdí mi inocencia histórica, porque aquellos infelices que cayeron en bando nacional los primeros meses del alzamiento, no habían cogido un fusil, no fueron combatientes, fueron civiles indefensos que morían por pensar diferente, o por inquinas personales de mala gente dispuesta a aprovechar el caos de una guerra.

Quiero decir que toda la Memoria Histórica que viene haciéndose desde entonces merece el respeto de todos nosotros. Pero que no nos cuelen sapos y culebras. Y que vayan dejando de levantar monumentos fúnebres a unos y quitar lápidas de otros. Porque tan inocentes fueron unos como los otros. De manera que las víctimas de miles de Iglesias cuyos nombres figuran inscritos por Dios y por España, tendrían que quedar junto a los que cayeron por España y sus creencias. Así, a la par, unos junto a otros, muertos de ambos bandos, civiles igualmente que cayeron de manera injusta y vil.

Así descansan en el Valle de los Caídos combatientes de ambos bandos. Pues de igual modo honremos a los muertos civiles de ambos bandos y cerremos de una vez por todas la herida que aún sigue sangrando. Se admiten sugerencias para que todas las víctimas puedan descansar en paz. Y los vivos honremos su memoria con independencia de la zona donde les pilló la muerte.