sábado, 24 de marzo de 2007

De la Teología de la liberación a la Doctrina Social de la Iglesia



La noticia sobre el pronunciamiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe condenando al teólogo Joan Sobrino ha abierto numerosos debates. Tendrán que aceptarlo, yo junto con muchos fieles que van un poco más allá del cumplimiento semanal, no por obligación sino por convencimiento, hemos oído hablar de la Teología de la liberación e incluso leímos es su momento artículos, entrevistas, cuadernos, de los exponentes de este movimiento.

Todavía queda en mi memoria la última entrevista que TVE hizo a Ignacio Ellacurría, pocos días antes de ser asesinado en la UCA del Salvador, por un grupo de paramilitares. Tal vez sería necesario recordar que las dictaduras del cono sur fueron una sangría en los años setenta y ochenta. Frente a ellas con la única arma de la palabra se situaron los religiosos y sacerdotes afines a los pobres, integrados en ellos, cuestionando los hábitos corruptos de la sociedad que olvidaba las necesidades vitales del pueblo. En ese contexto nació esa teología. Convencidos de que Cristo estaba en cada uno de los pobres indígenas explotados primero por el Colonialismo y después por los terratenientes de turno.

El espíritu surgía del Vaticano II, del que ahora muchos reniegan. Pero ese espíritu tras cuarenta años, está lleno de mártires por el Evangelio de los pobres. Era frecuente ser acusados de mezclar las cosas de Dios con las cosas terrenales, como si hubiera posibilidad de vivir un Evangelio al margen de la vida cotidiana. Robar al pobre y denunciarlo era subversión, violar a las indígenas y protestar, significaba alterar las costumbres ancestrales del poderoso de turno.

Los más duro es que se abrió una brecha entre la jerarquía eclesial y los presbíteros, religiosos y catequistas. En no pocos sitios fue el propio obispo quien denunció a su rebaño. En otros casos, como el de Monseñor Oscar Romero, se dio una verdadera conversión personal al servicio de los masacrados.

La nefasta influencia de EEUU que cedía sus instalaciones para preparar a torturadores de todas las dictaduras por ellos promovidas, tenía como obsesión desestabilizar los satélites de la Unión de Repúblicas Socialistas. En ese enfrentamiento que provenía de la dura guerra fría, el marxismo era el enemigo a derrotar y todo aquello que hablara de comunidades y socialización de los bienes, era subversivo por encontrar puntos de unión con la propaganda comunista. En esa encrucijada de caminos se situaron aquellos hombres y mujeres. Centenares dieron su vida a favor de la de los demás. Y allí surgió una serie de teólogos que hicieron de la palabra un espíritu profético. Jon Sobrino es una voz magistral que merece explicaciones sobre qué libros no tiene el plácet de Roma y el por qué tras más de treinta años la maquinaria Vaticana se pone en marcha en este preciso momento.

Para quienes viven en la frontera, donde no llega la sociedad del bienestar, es fácil identificarse en la lucha por los pobres, de aquellos que nada tienen.

Tal vez en el documento publicado por la Conferencia Episcopal frente a los cuarenta años del Concilio encontremos algunos de los puntos de fricción que más polémica ha causado dentro de la misma Iglesia:
En el centro de la catequesis se encuentra Cristo. El fin de la catequesis es conducir a la
comunión con Jesucristo, mediante una instrucción orgánica y completa en la que progresivamente se ha de «descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios». La alegría de Jesús, que da gracias al Padre por haber ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (Mt 11, 25), se extiende a todos aquellos que participan en la misión salvífica de transmitir la fe. Esta alegría se ve truncada cuando determinadas maneras de catequizar, en lugar de favorecer el encuentro con Cristo vivo, lo retrasan o, incluso, lo impiden.
Determinadas presentaciones erróneas del Misterio de Cristo, que han pasado de ámbitos académicos a otros más populares, a la catequesis y a la enseñanza escolar, son motivo de tristeza. En ellos se silencia la divinidad de Jesucristo o se considera expresión de un lenguaje poético vacío de contenido real, negándose, en consecuencia, su preexistencia y su filiación divina. La muerte de Jesús es despojada de su sentido redentor y considerada como el resultado de su enfrentamiento a la religión. Cristo es considerado predominantemente desde el punto de vista de lo ético y de la praxis transformadora de la sociedad: sería simplemente el hombre del pueblo que toma partido por los oprimidos y marginados al servicio de la libertad.
La consecuencia de estas propuestas, contraria a la fe de la Iglesia, es la disolución del sujeto cristiano. La reflexión, que debería ayudar a dar razón de la esperanza (cf. 1 P 3, 15), se distancia de la fe recibida y celebrada. La enseñanza de la Iglesia y la vida sacramental se consideran alejadas, cuando no enfrentadas, a la voluntad de Cristo. El Cristianismo y la Iglesia aparecen como separables. Según los escritos de algunos autores, no estuvo en la intención de Jesucristo el establecer ni la Iglesia, ni siquiera una religión, sino más bien la liberación de la Religión y de los poderes constituidos. Conscientes de la gravedad de estas afirmaciones y del daño que causan en el pueblo fiel y sencillo, no podemos dejar de repetir con las palabras de la Carta a los Hebreos: Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas. Mejor es fortalecer el corazón con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon a los que siguieron ese camino (Hb 13, 8-9).

Sin embargo, cuanto más profundizo en la Doctrina Social de la Iglesia, más me convenzo que de aplicarse al pie de la letra hoy en día volvería a ser la Iglesia la única voz que se alzara contra la globalización y las dictaduras economicistas que nos gobiernan.

1 comentario:

  1. Un verdadero lío las doctrinas erróneas de estos mártires religiosos de la Teología de la Liberación. Mirado friamente parece imposible que con doctrinas equivocadas puedan unos religiosos identificarse tan estrechamente con los pobres, o tambien al contrario, que unos obispos de la Curia Romana con sus doctrinas tan perfectas vivan sobre engalanadas alfombras, bajo palacetes y se vistan de púrpura. El mayor problema consiste en comprender la motivación que les mueve a unos y a otros a despojarse de una parte de la "Perfección", y más bien se entiende que solo podemos vivir en este mundo siendo "imperfectos", pues si en realidad fuéramos "perfectos" de verdad, estaríamos en éxtasis permanente con el Cielo, que es lo mismo decir fuera de este mundo.

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