viernes, 18 de abril de 2008

¿Catecismo para los niños o para los abuelos?

Benedicto XVI habla de la riqueza que supone en una familia tener abuelos. Yo desde luego no conocí a ninguno, ni de padre ni de madre. Mis progenitores fueron los menores cada uno de su casa de entre seis hermanos. Así que Dios me regalo once tíos y sus respectivos cónyuges. Como había diferencia de edad entre los mayores y los pequeños, siempre consideré a mis tíos casi como abuelos.

Si mis padres echaron en falta a los suyos durante tantísimos años, es porque vivieron una sentida orfandad desde muy jóvenes. Pero también consideraron a sus hermanos mayores como sus sustitutos en la educación. Lo que ellos dijeran “iba a misa”.

Lo vengo a decir porque aunque no haya conocido ningún abuelo, he disfrutado mucho de mis tíos y fueron ellos los que me enseñaron y educaron en no pocas ocasiones, con un sentido de corporativismo familiar que hoy parece estar ausente. Estoy con el Papa, los abuelos pueden y deben ser los trasmisores de la cultura y el saber. Llegan ahora a la jubilación con buena salud y crían a los nietos por cuestiones obvias. Los padres trabajan jornadas completas para pagar su hipoteca o dar un nivel de vida digno a sus hijos. De manera que la figura que tienen como referente en muchos momentos es la de los abuelos.

Tengo entre mis alumnos, algunos que vienen al colegio de mano de uno de esos abuelos, jovencísimos con un aspecto envidiable, que viven gozosos su jubilación ofreciendo su tiempo en realizar mil y una actividades. Los hay que juegan a la petanca y quienes sólo apuestan en el “mus”. Pero la mayoría aprende bricolaje, estudia informática o va a clases de yoga. Y qué decir de las abuelas, que ya no hacen bolillos, sino que se cruzan una piscina olímpica tres o cuatro veces.

El caso es que estos abuelos son una oportunidad para ofrecer una buena catequesis, porque pueden ser los trasmisores de la fe a sus nietos, con mucha mayor dedicación que sus padres. Cuya labor es insustituible, pero que siendo realistas cuenta más bien poco en este tema. Se limitan a optar por la clase de religión y a llevarlos a catequesis el tiempo necesario para tomar la comunión. Luego, si te he visto ni me acuerdo. Tal vez por ello pocos, muy pocos, recibirán la confirmación

Todo esto viene a cuenta del nuevo catecismo de la Iglesia, que aunque pensado para los más pequeños, debería ofrecerse a cada parroquiano, junto con la oportunidad de realizar algún que otro cursillo de reciclaje en la fe. Sería estupendo retomar a los abuelos en la iglesia como futuros educadores de los nietos. Pero mucho más interesante es organizar grupos de formación de adultos en la fe.

En mi parroquia algunos asisten a cursos de teología. Y creo que tienen buena acogida.
Hay también grupos de Adoración Eucarística, festeros de alguna advocación concreta. Pero fíjense lo que ha sucedido esta Semana Santa, la falta de dinero para organizar una procesión del Santo Entierro, dejó al pueblo cojo de este acontecimiento. Da que pensar que no venga gente al relevo generacional. La mayoría de los clavarios y clavariesas suelen tener una edad ya madura o más bien respetable. El caso es que se pierde la tradición que durante muchas generaciones pasaba de padres a hijos.

De manera que si el ritmo de devoción sigue los pasos de hoy en día, terminarán por desaparecer las celebraciones públicas de la religiosidad popular. Algo que nos atañe a todos los creyentes, porque es una manera de manifestar nuestra fe. Y si sobreviven serán exclusivamente aquellas que lo hacen entorno a cofradías con unas normas y prerrogativas concretas, que tal vez no da una imagen equivocada de lo que es la devoción popular.

No está de más recordar antiguas devociones que parecen haber quedado arrinconadas. Hace años que no veo a ningún sacerdote arrodillado con sus parroquianos rezando el rosario. Alguno hay que tiene por costumbre después del Evangelio leer unas notas que sin llegar a ser homilías centran la celebración en torno a la Palabra y la Eucaristía. Pues creo que es una idea fabulosa. También lo es explicar cada uno de los actos que se realizan, con brevedad pero también con claridad. Buscando dar a conocer el misterio de nuestra fe.

Tenemos que tener claro que hemos superado la religiosidad social del nacional catolicismo dando paso a una sociedad muy secularizada que vive una religiosidad puntual y como mero hecho social. Por ello se necesita una formación continua de la mano del párroco o de personas preparadas para ello, de manera que todos los creyentes nos convirtamos en testigos de nuestra fe.


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