viernes, 9 de mayo de 2008

La primera y la última comunión

He asistido al espectáculo de las primeras comuniones. No iba invitada por nadie, sencillamente acudía a participar de la eucaristía. Allí he sido sorprendida por ese primer acto social de cualquier niño católico. Clara y diáfana la homilía, “ruego a los padres que sigan educando en la fe; que está no sea la primera y la última eucaristía; que Jesús es un amigo y a los amigos si no se les trata a menudo, terminamos por perderlos”.

Veía a los niños ilusionados y también veía el penoso espectáculo de algunos invitados. Cámaras por todos los lados, vestiditos para el banquete posterior. En fin, que a todo aquel barullo le faltaba mucha catequesis de adultos. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?. Porque la realidad es la que es, y lo que debiera ser nos lo sabemos muy bien. Pero qué difícil es acertar en una participación activa de todos los católicos.

Estoy convencida que vamos hacia una minoría significativa. Lo religioso ya no forma parte de la educación, sino media el interés de los padres. Y a estos también les va fallando la cultura religiosa. Si no has formado parte de un colegio católico, la religión recibida en las clases optativas de la escuela pública finaliza en la ESO, es decir a los doce o trece años. De ahí en adelante la postura del joven se aleja cada vez más de la fe.

La pastoral familiar ante el bautismo, la comunión, la confirmación, el matrimonio, la unción de enfermos e incluso en los funerales, es la única vía de predicación por no decir de evangelización. Ya no se trata de dirigirse a los feligreses católicos, cada día menos numerosos. Se trata de que se aprovechen esos actos sociales en los que se encuentran en la Iglesia reunidos aquellos que no creen y otros que tratan de vivir su fe.

Es necesario que en los seminarios se eduque en la predicación, que no consiste en un ratito de charla desmenuzando cuatro o cinco ideas. Los sermones tienen que ser diarios, en cada eucaristía. No es de recibo que frente a la secularización galopante, se olvide esta parte esencial de la Misa. Para reducirla a las eucaristías dominicales. El predicador debe estar las veinticuatro horas dispuesto a dar testimonio de la fe.

Es una propuesta que he visto llevar a cabo en alguna parroquia. Libros de homilías diarias, donde tras la lectura del Evangelio se realiza un pequeño sermón. Da igual que sea leído y no de cosecha propia. Lo esencial es que aparte de las lecturas y la eucaristía, hay unas palabras de pedagogía cristiana. Se puede hacer hincapié en el santo del día, en alguna virtud teologal, en las lecturas del día. Teniendo en cuenta la ignorancia religiosa resulta más acuciante que nunca explicar los pasajes de la Biblia.

Pues todo eso deberia formar parte de ese pequeño sermón diario o dominical. Y me parece que ahí se encuentra un potencial muy abandonado. Porque luego ya sabemos que el Consejo Pastoral, los catequistas y voluntarios, ponen lo mejor de sí mismo. Sin embargo, es la voz del párroco la que puede escucharse en todas las misas.

Es muy triste acudir a una eucaristía semanal en la que se olvida de cuidar la palabra. Desaprovechando tal vez una oportunidad única para orientar a los participantes de la Eucaristía. Me gustaría que algún sacerdote, posible lector de este blog, diese su opinión al respecto. Yo de momento dejo caer la idea. Es probable que en otros sitios se lleven a cabo experiencias similares. Si es así, sería agradable conocerlas.

1 comentario:

  1. Es que la mayoria de sacerdotes en las homilias casi no hablan de "pecados" en el dia de hoy, todo se reduce a "amar" al prójimo". Comprendo que es un riesgo para el que predica un sermón meterse con los pecados que permiten estas ciertas leyes inmorales actuales, pero por lo menos nos lo podrian decir que lo entendíeramos entre líneas, pero ni eso.

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