viernes, 18 de agosto de 2006

El perdón de ETA

Los obispos de Bilbao y San Sebastián han levantado sus voces para que ETA pida perdón a las víctimas por sus asesinatos. Ricardo Blázquez y Juan María Uriarte en sendas homilías en la festividad de la Asunción de María, solicitan a los etarras que pidan perdón.
Personalmente, visto lo visto, no creo que lo hagan. A mi juicio los terroristas vascos no sienten ningún remordimiento de sus actos, todos ellos sean de la índole que sean, los encuentran debidamente justificados. De manera que podemos verles desafiando a los jueces mientras éstos enumeran sus crímenes. La historia del pueblo vasco y de su nacionalismo viene de antiguo. Lo que en su tiempo fue un movimiento antifranquista, se ha convertido en un fenómeno antidemocrático. La pesadilla de todos los gobiernos desde que se aprobó la Constitución en 1978.
Ahora se abre la puerta a la esperanza con la ilusión de que acepten el diálogo y renuncien a las armas. Unos ven con recelo la propuesta porque entienden que lleva ocultas contrapartidas no aceptables: autodeterminación, anexión de la provincia de Navarra, etc.
Otros sienten que la democracia ha perdido la batalla y está claudicando frente a los violentos. Por último están, quienes consideran que el actual proceso es la única vía para la disolución de ETA.
Será lo que será, pero a mí no me convence que quienes tienen delitos de sangre, se conviertan ahora en concejales o alcaldes. Pedir perdón sí, y asumir las consecuencias de sus actos, también. Lo otro es renunciar a la justicia, y ahí los familiares de las víctimas tienen razón para estar indignados. Todos ellos renunciaron a la venganza y se sometieron a las decisiones judiciales, ahora no pueden pedirles que acepten sin más a los asesinos como vecinos. Cuando los obispos exigen pedir perdón, parece que les están ofreciendo el pase a la vida normal sin ninguna contraprestación. Un nuevo error de la Iglesia que toma partido en asuntos temporales, facilitando la concordia a través de un perdón absolutorio. Esas cosas valen en la sacristía, pero en la vida ordinaria una amnistía avergonzaría a quienes defendemos la sociedad de derecho.
Difícil este proceso de paz cuando de pronto los violentos declaran que el Estado no está realizando la labor que ellos esperan, de manera que según parece, son ellos y no el Estado quienes dictan el camino a seguir.

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